La puerta se abrió sin aviso, sin cortesía, como si ya le perteneciera, como si todo en esa casa le perteneciera ahora, y allí estaba Enzo, su silueta llenando el marco, los ojos oscuros brillando con esa luz que hacía que el estómago de Belén se contrajera en un nudo de culpa y deseo
—Al fin solos, nena —su voz era áspera, como si hubiera estado conteniendo esto desde la primera mirada en la cena, desde el primer roce bajo la mesa, cerró la puerta con el talón sin apartar los ojos de ella, el click del pestillo sonó como un disparo en el silencio de la habitación
Belén se quedó inmóvil junto a la ventana, los dedos aferrados al borde de la cortina como si pudiera salvarla, pero no quería que la salvaran, quería que esos pasos pesados se acercaran, quería que esas manos grandes la aplastaran contra los almohadones y le hicieran pagar por cada pensamiento impuro de la noche anterior
—No deberíamos... —mintió, sabiendo que las palabras eran solo un guión, una pantomima de resistencia que ninguno de los dos creía
Enzo no respondió, solo se acercó hasta que el calor de su cuerpo envolvió a Belén, hasta que el olor a colonia barata y deseo masculino le llenó los pulmones, una mano se enredó en su cabello tirando hacia atrás para exponer su cuello, los labios de él encontraron esa piel virgen con un hambre que hizo temblar sus rodillas
—Callate —ordenó entre mordiscos que dejarían moretones —Ya hablamos suficiente anoche
El beso que siguió no fue como el de la cocina, este era devorador, dominante, su lengua invadió su boca sin pedir permiso, saboreándola como si ya conociera cada rincón, una mano bajó por su costado hasta agarrarle el muslo con fuerza, levantándola como si pesara nada hasta sentarla sobre la cómoda, el roce de la madera fría contra sus nalgas desnudas bajo la remera la hizo estremecer
—Desnúdate —Enzo se apartó solo lo suficiente para ordenarlo, sentándose en el borde de la cama con las piernas abiertas, los brazos cruzados mostrando esos músculos que se tensaban bajo la piel canela, el bulto en su pantalón dejando claro que esto ya no era un juego
Belén respiró hondo, sus dedos temblorosos encontraron el borde de la remera, levantándola lentamente para revelar primero el vientre plano marcado por respiraciones agitadas, luego los pechos pequeños y firmes con pezones rosados ya erectos de miedo y anticipación, la tela pasó por encima de su cabeza dejando el cabello revuelto como una corona de pecado
—Todo —Enzo gruñó cuando ella dudó en la tanga, su mano bajando al frente del pantalón para masajearse a través de la tela —Quiero ver esa conchita que gotea desde el desayuno
La tanga cayó al suelo como una bandera rendida, Belén se paró completamente desnuda bajo la luz de la mañana que entraba por la ventana, sus manos instintivamente tratando de cubrirse pero Enzo sacudió la cabeza
—No —dijo simplemente, y ella obedeció, dejando que sus brazos cayeran a los costados, permitiendo que esos ojos oscuros recorrieran cada centímetro como si estuvieran comprándola
—Dios mío —Enzo se pasó la lengua por los labios mientras se levantaba, acercándose como un depredador —Ni en mis sueños estabas tan perfecta
Una mano callosa agarró uno de sus pechos apretándolo con fuerza suficiente para hacerla gemir, el pulgar frotando el pezón hasta que ardía, la otra mano bajó sin ceremonias entre sus piernas encontrando la humedad que ya había empapado sus muslos
—Mira esto —Enzo le mostró los dedos brillantes antes de metérselos en la boca, chupándolos con un sonido obsceno —Dulce como sabía que estarías
Belén no pudo evitar gemir cuando esos dedos regresaron a su sexo, explorando los pliegues con una precisión que la hizo dudar si era realmente la primera vez, un dedo grueso se deslizó dentro de ella mientras el pulgar presionaba su clítoris haciendo que su cuerpo se arqueara como un arco
—Así me gusta —Enzo la besó otra vez, esta vez más suave, casi tierno mientras su dedo comenzaba a moverse dentro de ella con empujones cortos que la hacían ver estrellas —Vas a venirte en mi mano como una buena nena y después voy a enseñarte lo que realmente es un hombre
El ritmo de sus dedos aumentó, otro se unió al primero estirándola deliciousamente, su pulgar nunca dejando de frotar ese punto sensible que hacía que sus piernas temblaran, Belén aferró sus hombros con uñas que seguramente dejaban marcas pero a él no pareció importarle, al contrario, gruñó de satisfacción cuando su cuerpo se tensó como una cuerda de violín antes de romper
—Eso es —murmuró contra su boca mientras ella gritaba su nombre, los músculos internos apretando sus dedos como un puño —Solo el principio nena
Cuando Belén volvió en sí, estaba tumbada sobre la cama, las piernas abiertas y Enzo de pie sobre ella desabrochándose el cinturón con dientes de lobo, sus ojos nunca dejándola ni por un segundo, prometiendo sin palabras que esto era solo el comienzo de todo lo que le haría, de todo lo que le enseñaría
Y lo peor, o quizás lo mejor, era que ella ya no podía esperar.
El cuarto olía a colonia barata y sudor, a secretos que ya no podían esconderse, Enzo estaba de pie al borde de la cama, su sombra cubriendo el cuerpo desnudo de Belén como una losa de mármol, sus manos grandes agarraban los tobillos de ella con una firmeza que no admitía resistencia, levantándolos hasta colocarlos sobre sus hombros, abriéndola como un libro que solo él sabía leer
—Espera —la voz de Belén sonó frágil en el aire cargado, sus manos aferrándose a las sábanas arrugadas bajo su espalda —Soy virgen
Enzo se rió, un sonido bajo y gutural que vibraba en su pecho desnudo, sus dedos callosos bajaron por las pantorrillas de ella hasta agarrarle las nalgas, separándolas sin ceremonia
—Eso no importa ahora —sus palabras caían como gotas de plomo derretido sobre la piel de Belén —Las putitas obedecen
El roce de la punta de su verga contra el ano virgen de Belén fue eléctrico, ella intentó cerrar las piernas pero sus muslos ya estaban atrapados por el peso de los hombros de Enzo, sus dedos arañando las sábanas cuando la presión aumentó
—Por ahí no —suplicó, pero Enzo solo sonrió, escupiendo en su mano para lubricarse rápidamente antes de volver a presionar, esta vez con más determinación
—Relájate —ordenó mientras una mano se enredaba en su cabello tirando hacia atrás para exponer su cuello —Duele menos si no luchas
El primer centímetro que entró hizo gritar a Belén, sus uñas se clavaron en los brazos de Enzo dejando marcas rojas como cicatrices, su cuerpo se arqueó tratando de escapar pero él no se detuvo, avanzando con empujones cortos y calculados que la llenaban de una quemazón insoportable y sin embargo adictiva
—Mírame —Enzo le agarró la barbilla obligándola a abrir los ojos que había cerrado por el dolor —Quiero ver tu carita cuando te rompa
Belén obedeció, sus pupilas dilatadas reflejando el rostro sudoroso de él, sus labios entreabiertos dejando escapar gemidos quebrados cada vez que él se hundía un poco más, la sensación de estar siendo abierta por primera vez de esa manera tan prohibida la hacía sentir sucia y poderosa al mismo tiempo
—Así —Enzo gruñó cuando por fin estuvo completamente dentro, sus caderas pegadas a las nalgas de Belén, su vientre contra sus pies que aún descansaban sobre sus hombros —Dios mío qué apretada
Se quedaron quietos un momento, Enzo disfrutando del calor que lo estrangulaba, Belén tratando de acostumbrarse a la invasión, a la verga gruesa que parecía llenarla por completo, cuando él comenzó a moverse fue con empujones cortos al principio, permitiéndole sentir cada centímetro que entraba y salía
—Duele —murmuró Belén pero su cuerpo ya estaba respondiendo, traicionándola, humedeciéndose por delante donde el dolor se mezclaba con un placer perverso que nunca había imaginado
—Ya pasará —Enzo le acarició los muslos mientras aumentaba el ritmo, sus caderas chocando contra ella con un sonido húmedo que se mezclaba con sus gemidos —Y después vas a pedirme más
La habitación se llenó del ruido de sus cuerpos, del crujido del muelle de la cama, del jadeo de Belén que ya no sabía si era dolor o placer lo que la hacía temblar, Enzo la observaba como un científico observa un experimento, estudiando cada expresión, cada temblor, cada lágrima que rodaba por sus mejillas sin llegar a caer
—Eres mía ahora —susurró inclinándose para morderle un pezón mientras sus caderas seguían su trabajo implacable —Y esto es solo el principio
Y cuando Belén sintió el primer escalofrío de un orgasmo inesperado recorriendo su espina dorsal, supo que él tenía razón, que esto era solo el primero de muchos secretos que guardarían entre esas cuatro paredes, secretos que empezaban con dolor pero que prometían terminar en algo mucho más peligroso: adicción.
La luz del amanecer se filtraba entre las cortinas como un espectro curioso, iluminando los cuerpos entrelazados en una danza de dominación y entrega. Enzo, con sus manos ancladas en las caderas de Belén, marcaba cada embestida con la precisión de un relojero. Sus músculos, tallados por años de trabajo físico, tensos bajo la piel bronceada.
—¡Sí, grita! —su voz era áspera, una orden disfrazada de halago—. Que toda la colonia sepa lo puta que eres, igual que tu madre.
Belén ahogó un gemido en la almohada, sus dedos se aferraban a las sábanas como si el mundo girara demasiado rápido. El dolor inicial se había transformado en una sensación eléctrica, cada movimiento de Enzo enviando ondas de placer prohibido desde su centro más íntimo hasta las puntas de sus dedos.
—No puedo… —mintió, arqueando la espalda cuando él cambió el ángulo, rozando ese punto interno que la hacía ver estrellas.
—Mientes —Enzo se inclinó sobre ella, su aliento caliente en la nuca—. Tu cuerpo me lo dice todo.
Los sonidos llenaban la habitación: el crujido de los resortes de la cama, el chapoteo húmedo de sus cuerpos unidos, los gemidos de Belén que subían de tono con cada embestida.
—¡Ah! ¡Dios! —gritó cuando las manos de él la levantaron, cambiando su posición para penetrarla más profundo.
Enzo la observaba con ojos oscuros, estudiando cada reacción como un coleccionista admira una pieza rara.
—Así… así es como te gusta —murmuró, acelerando el ritmo hasta que los músculos de su abdomen se tensaron como cuerdas de arco.
Belén sintió el calor expandirse en su vientre primero como una chispa, luego como un incendio. Su segundo orgasmo la golpeó sin piedad, haciendo que sus piernas temblaran y su voz se quebrara en un grito ahogado.
Enzo no se detuvo. Siguió moviéndose dentro de ella, prolongando el éxtasis hasta que su propio climax llegó con un gruñido animal, sus caderas pegadas a las suyas en una unión perfecta.
Quedaron quietos un momento, solo el sonido de su respiración agitada llenando el aire.
—Esta noche —Enzo se separó lentamente, limpiándose con la sábana sin dejar de mirarla—. Espérame desnuda.
Belén asintió, demasiado exhausta para hablar, pero con una sonrisa pequeña y secreta en los labios.
Cuando la puerta se cerró tras él, se dejó caer sobre la cama, sintiendo cada músculo adolorido y cada recuerdo de sus manos. Sabía que esto era solo el principio de algo peligroso… y no podía esperar a más.
Continuara...

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