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Belén y el novio de su madre - Parte 1

 


La cena olía a albahaca y vino tinto, a esfuerzo por fingir normalidad cuando nada lo era, los cubiertos chocaban contra los platos como campanitas de mentira, la madre de Belén sonreía demasiado, los labios pintados de rojo oscuro como una herida fresca, sus uñas arañando la copa cada vez que Enzo miraba demasiado tiempo a la hija 

—Así que estudias literatura —la voz de él era grave, como si las palabras se arrastraran desde algún lugar húmedo dentro de su pecho, los ojos fijos en el escote de Belén que no era escote, solo un vestido azul marino de tirantes finos, pero que bajo la luz de la araña parecía transparente 

—Sí —Belén jugó con el borde de su servilleta, sintiendo el peso de esa mirada como una mano alrededor del cuello —Poesía principalmente 

—A Enzo le encanta leer —interrumpió la madre, riendo como si alguien le hubiera contado un chiste privado, su mano posándose en el brazo de él como un pájaro enfermo —¿Verdad cariño? 

Pero Enzo no respondió, había inclinado el torso hacia adelante, las mangas de la camisa arremangadas mostrando antebrazos cubiertos de vello oscuro, venas gruesas que subían hasta las manos, esas manos que ahora descansaban cerca del pan, los dedos tamborileando contra el mantel como si esperaran algo mejor que hacer 

—¿Qué poeta te gusta más? —preguntó, ignorando por completo a la mujer que supuestamente era su novia, el tenedor suspendido en el aire como un arma 

Belén tragó saliva, sintiendo algo caliente bajar por su espina dorsal —Neruda —mintió, porque era lo primero que se le ocurrió, porque decirle que en realidad leía fanfics eróticos a escondidas habría sido como abrirle las piernas ahí mismo 

—Ah Neruda —Enzo sonrió, lento, como si acabara de descubrirla desnuda —"Puedo escribir los versos más tristes esta noche…" 

El zapato de cuero rozó su pantorrilla entonces, apenas un roce al principio, tan ligero que podría haber sido un accidente, pero luego la presión aumentó, el empeine deslizándose por su piel desnuda hasta el hueco de la rodilla, Belén contuvo el aire, los muslos apretándose instintivamente, atrapando ese pie como si fuera una parte más de la conversación 

—¿Te gusta ese poema? —la voz de Enzo no cambió, pero sus ojos sí, oscureciéndose como pozos de petróleo, el pie subiendo más alto ahora, hasta donde el vestido le tapaba los muslos a Belén, hasta donde la piel empezaba a humedecerse sin permiso 

—Sí —fue todo lo que pudo decir, sintiendo cómo las puntas de los dedos de él dibujaban círculos en su interior, cómo el zapato se hundía contra su centro a través de la tela, tan despacio que dolió 

La madre seguía hablando, cortando la carne en trozos pequeños como si alimentara a un niño, ajena al juego bajo la mesa, ajena a cómo la hija se mordía el labio inferior hasta casi sangrar, a cómo Enzo bebía vino sin dejar de mirar a Belén, como si ya supiera cómo sabía 

—Debes estar cansada —dijo de pronto, interrumpiendo algún monólogo sobre el trabajo —¿No tienes clases mañana? 

Era un despido, un permiso para escapar, pero Belén lo entendió al revés, como la invitación que era, se levantó demasiado rápido, las piernas temblorosas, el vestido arrugado donde la humedad empezaba a marcar 

—Sí —asintió, evitando mirar a nadie, especialmente no ahí abajo, donde el pantalón de Enzo se veía más ajustado de lo normal —Buenas noches 

Subió las escaleras corriendo, sintiendo ese zapato como una marca fantasmal en los muslos, las manos sudorosas agarrando el pasamanos como si fuera a caer, en el cuarto se dejó llevar contra la puerta, los dedos encontrando el lugar que el hombre había pisoteado sin tocar, era fácil imaginarlo, fácil sentir esas manos de uñas cuadradas abriéndola como una fruta, era fácil y estaba mal y por eso lo hizo dos veces antes de dormirse, con el nombre de Enzo atascado entre los dientes como un hueso de cereza. 

El dia siguiente, el sol de la mañana se colaba entre las persianas como un ladrón, iluminando el cuerpo de Belén mientras se desperezaba en la cama, sus brazos delgados extendiéndose por encima de la cabeza, arqueando la espalda en una curva que hacía resaltar sus pechos pequeños pero firmes bajo la remera holgada que usaba para dormir, la tela se le había subido durante la noche dejando al descubierto sus caderas estrechas y el suave triángulo de vello rubio que apenas asomaba por el borde de sus braguitas 

Se levantó con un suspiro, deslizando las manos por su propio cuerpo como si buscara confirmar que todo seguía en su lugar, los dedos rozaron sus pezones que respondieron de inmediato endureciéndose bajo la tela, recordándole los sueños húmedos de la noche anterior donde unas manos grandes y callosas recorrían cada centímetro de su piel 

Se vistió rápido, eligiendo una tanga negra mínima que desaparecía entre sus nalgas redondas y firmes, y una remera larga de algodón que le llegaba justo debajo del trasero, lo suficiente para sugerir más que mostrar, pero cuando se miró en el espejo se dio cuenta de que con cada movimiento se asomaba la curva inferior de sus glúteos, una invitación involuntaria que le hizo morderse el labio 

Bajó las escaleras descalza, el sonido de voces en la cocina detuvo sus pasos, no esperaba compañía a esta hora, su madre siempre salía temprano al trabajo y ella solía desayunar sola, pero ahí estaban, su madre revolviendo el café con una mano mientras con la otra acariciaba el hombro de Enzo quien estaba sentado en la mesa con solo un pantalón de pijama, su torso desnudo mostrando un vello pectoral grisáceo que se hacía más espeso al bajar 

—Buenos días —murmuró Belén deteniéndose en el umbral, sintiendo como todas las miradas se volvían hacia ella, especialmente esa, la de Enzo, que recorrió cada centímetro de sus piernas desnudas como si las estuviera marcando con las yemas de los dedos 

—Cariño —la madre sonrió distraída sirviendo el café —No sabía que te levantabas tan temprano los sábados 

—No suelo hacerlo —Belén se acercó a la nevera evitando mirar a Enzo aunque podía sentirlo, ese peso en el aire como si alguien hubiera apretado el mundo entero en un puño 

Se inclinó para sacar el jugo, sintiendo cómo el borde de la remera se le subía aún más, dejando al descubierto la tira de la tanga que dividía sus nalgas como una línea de tiza en una pizarra negra, el aire frío de la nevera le recorrió la piel desnuda haciéndole erizar los vellos, pero no fue eso lo que la hizo estremecer sino el roce repentino de una rodilla contra la parte posterior de sus muslos mientras pasaba frente a la mesa 

—Perdón —Enzo no sonaba arrepentido, su voz era como caramelo derretido, pegajosa y dulce, su mano "accidentalmente" rozó su cadera al retirarse, los dedos extendiéndose como si quisieran llevarse un pedazo de ella 

Belén tragó saliva, sus pezones se endurecieron tanto que dolían contra la tela de la remera, podía sentir la humedad acumulándose entre sus piernas, esa traidora respuesta de su cuerpo que no podía controlar 

—Enzo se quedó a dormir —explicó la madre llevando la taza a sus labios pintados —Tuvimos una cena muy tarde 

—Ya veo —Belén murmuró sirviéndose un vaso de jugo con manos que temblaban levemente, sabía que debía irse, subir a su cuarto y encerrarse hasta que ese hombre se fuera, pero sus pies parecían clavados al suelo 

—Siéntate hija —la madre empujó una silla con el pie —Enzo estaba contándome de su viaje a Venecia 

—Sí —Enzo sonrió mostrando dientes blancos y demasiado perfectos —Aunque dudo que interese a alguien tan joven 

—A mí me encanta Italia —Belén se dejó caer en la silla, las rodillas pegadas para evitar cualquier roce accidental aunque una parte de ella, esa parte húmeda y avergonzada, ansiaba que sucediera otra vez 

Enzo estiró las piernas bajo la mesa, sus pies descalzos encontraron los de ella inmediatamente, jugueteando con los dedos de sus pies antes de deslizarse por el empeine, subiendo por el tobillo como una serpiente cautelosa 

—Venecia es una ciudad para enamorarse —dijo mientras su pie continuaba su camino por la pantorrilla de Belén, la presión aumentando hasta casi dolorosa —Los canales, la música, los cuerpos entrelazados en puentes oscuros... 

Belén apretó los muslos, sintiendo cómo el pie de él se detenía justo debajo de su rodilla, el pulgar dibujando círculos en esa piel sensible que nunca había sabido que lo era hasta ahora 

—Debo irme —la madre dejó la taza en el fregadero con un golpe seco —Reunión temprana 

—Yo también debo irme —mintió Belén levantándose bruscamente, la copa de jugo casi volcándose, necesitaba escapar antes de que ese pie subiera más, antes de que descubriera lo mojada que estaba 

—Quédate —Enzo le tomó la muñeca con una mano grande que la envolvió completamente, su pulgar rozando la vena que latía acelerada —Tu madre dijo que te encanta el pan recién horneado, voy a hacer unos 

La madre ya estaba en la puerta, ajustándose los aretes como si no notara la electricidad entre ellos —Quedate hija, hace días que no compartes un desayuno conmigo 

Y así fue como Belén se encontró sola en la cocina con Enzo, su remera corta, su tanga mínima y ese pie que ahora subía por su muslo interno sin ningún disimulo 

—Ven aquí —Enzo la jaló hacia su regazo como si pesara nada, una mano en su cintura descubierta, la otra en su muslo abriéndolo como un libro —Quiero probar algo más dulce que pan 

Belén no protestó cuando esos labios se encontraron con los suyos, cuando esa lengua exploró su boca con la misma seguridad con la que pronto exploraría otros lugares, solo cerró los ojos y se dejó llevar por la corriente, sabiendo que estaba cruzando un punto del que no habría regreso 

Cuando finalmente logró escapar a su cuarto, sus labios estaban hinchados, sus muslos pegajosos y su tanga empapada en un bolsillo de su mochila, Enzo se la había quitado como trofeo mientras su madre cantaba en la ducha, ajena a todo, como siempre. 


Continuara... 

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